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La teoría del origen del dinero de Carl Menger

Carl Menger no sólo ha ofrecido una teoría praxeológicamente irrefutable del origen del dinero. Ha reconocido asimismo la importancia de esta teoría para elucidar los principios fundamentales de praxeología y de sus métodos de investigación.1

Hay autores que han tratado de explicar el origen del dinero por decreto o pacto. La autoridad del Estado o algún ente entre ciudadanos ha establecido a propósito y conscientemente el intercambio indirecto y el dinero. El principal defecto de esta doctrina no es que esté bajo la suposición de que gente de una época no familiarizada con el intercambio económico y dinero pueda diseñar un plan para un nuevo orden económico, completamente diferente de las condiciones reales de su tiempo y puedan entender la importancia de ese plan. Tampoco el hecho de que la historia no da ninguna pista que apoye esas afirmaciones. Hay razones más sustanciales para rechazarla.

Si asumimos que las condiciones de las partes afectadas mejoran en cada paso que dan del intercambio directo al indirecto y consecuentemente, a preferir el uso como medio de intercambio de ciertos bienes distinguidos por su especial comerciabilidad, es difícil concebir por qué, al ocuparnos del origen del intercambio indirecto, debamos recurrir a añadir un decreto autoritario o un acuerdo explícito entre ciudadanos. Un hombre que encuentre difícil obtener mediante trueque lo que quiere adquirir mejora sus posibilidades para lograrlo mediante intercambios sucesivos obteniendo bienes más comercializables. Bajo estas circunstancias no hay necesidad de interferencia gubernamental o pacto entre ciudadanos. La feliz idea de actuar de esta manera pudo ocurrírseles a los ciudadanos más perspicaces y los menos dotados pudieron imitarlos. Es ciertamente más plausible dar por seguro que las ventajas inmediatas conferidas por el intercambio indirecto fueran reconocidas por las partes actuantes que suponer que la imagen total de una sociedad comerciando mediante dinero fuera concebida por un genio y, si adoptamos la doctrina del pacto, lo hiciera evidente por persuasión al resto de la gente.

Sin embargo, si no asumimos que los individuos descubrieron el hecho de que se las arreglaban mejor con el intercambio indirecto que esperando una oportunidad para el intercambio directo y, por seguir con el argumento, admitimos que las autoridades o un pacto creó el dinero, aparecen más cuestiones. Debemos preguntarnos qué tipo de medidas se adoptaron para inducir a la gente a adoptar un procedimiento cuya utilidad no comprendían y que era técnicamente más complicado que el intercambio directo.  Podemos suponer que se hizo mediante compulsión. Pero entonces debemos preguntarnos en qué momento y bajo qué circunstancias el intercambio indirecto y el uso del dinero dejaron de ser procedimientos problemáticos o al menos indiferentes para los individuos afectados y empezó a resultarles ventajoso.

El método praxeológico reduce todos los fenómenos a la acción de los individuos. Si las condiciones de intercambio interpersonal eran tales que el intercambio indirecto facilitaba las transacciones y la gente se dio cuenta de sus ventajas, entonces nació el dinero. La experiencia histórica muestra que esas condiciones estuvieron y están presentes. Cómo en ausencia de esas condiciones, la gente podría haber adoptado el intercambio indirecto y el dinero, y haberse ajustarse a estos modos de intercambio es inconcebible.

La pregunta histórica referente al origen del intercambio indirecto y el dinero no es después de todo asunto de la praxeología. Lo único relevante es que el intercambio indirecto y el dinero existen porque las condiciones para su existencia estaban y están presentes. Si es así, la praxeología no necesita recurrir a la hipótesis del decreto autoritario o al pacto que inventaron estos modos de intercambio. Los estatistas pueden, si quieren, continuar adscribiendo la «invención» del dinero al estado, por muy improbable que sea. Lo que importa es que un hombre adquiera un bien no para consumirlo o usarlo en la producción, sino para desprenderse de él en un acto posterior de intercambio. Esa conducta por parte de la gente hace de un bien un medio de intercambio y, si esa conducta se hace común respecto de cierto bien, lo convierte en dinero. Todos los teoremas de la teoría cataláctica de los medios de intercambio y del dinero se refieren a los servicios que un bien produce en su capacidad como medio de intercambio. Incluso aunque fuera cierto que el impulso de la introducción del intercambio indirecto y el dinero lo realizaran las autoridades o un acuerdo entre los miembros de la sociedad, la afirmación permanecería incólume en que sólo la conducta de intercambio de la gente puede crear el intercambio indirecto y el dinero.

La historia puede decirnos dónde y cuándo se usaron medios de intercambio por primera vez y consecuentemente cómo la gama de productos empleada para este fin se fue restringiendo más y más. Como la diferenciación entre el concepto más amplio de medio de intercambio y el más estrecho de dinero no es radical, sino gradual, no puede haber un acuerdo acerca de la transición histórica de simples medios de intercambio a dinero. Es un asunto de comprensión histórica. Pero, como se ha dicho, la distinción entre intercambio directo e indirecto es radical y todo lo que la cataláctica establece en relación con los medios de intercambio se refiere categóricamente a todos los bienes que se demandan y adquieren como tales.

Como la afirmación de que el intercambio indirecto y el dinero se establecieron por decreto o por pacto es una descripción de eventos históricos, es tarea de los historiadores exponer su falsedad. En la medida en que se avance sólo como una afirmación histórica, no puede en modo alguno afectar la teoría cataláctica del dinero y su explicación de la evolución del intercambio indirecto. Pero si resulta ser una afirmación acerca de la acción humana y los eventos sociales, es inútil, ya que no dice nada acerca de la acción. No es una afirmación acerca de la acción humana declarar que un día los gobernantes o los ciudadanos reunidos en una asamblea se vieron súbitamente inspirados y pensaron que era una buena idea intercambiar indirectamente y mediante la intermediación de un medio de intercambio comúnmente empleado. Es sólo repeler el problema que envuelve.

Es necesario entender que no se contribuye en nada a la concepción científica de las acciones humanas y los fenómenos sociales si se declara que el estado, un líder carismático o una inspiración que desciende sobre la gente los creó. Tampoco esas afirmaciones refutan las enseñanzas de una teoría que muestra cómo tales fenómenos pueden lograrse como «el resultado no intencionado, el producto no deliberadamente pensado y al que se apuntaba por esfuerzos específicamente individuales de los miembros de una sociedad».2

[Este artículo está extraído de Acción humana, capítulo XVII]

  • 1Cf. los libros de Carl Menger Grundsätze der Volkswirtschaftslehre (Viena, 1871). pp. 250 ss.; ibid. (2ª ed. Viena, 1923), pp. 241 ss.; Untersuchungen über die Methode der Sozialwissenschaften (Leipzig, 1883), pp. 171 ss.
  • 2Cf. Menger, Untersuchungen, i.e., p. 178.
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